El Poderoso Señor



Eres señuelo odioso, bailarín del engaño,
vienes de los edenes antiguos del hombre
y traes mucho más que mil muertes.
Me pesas en la espalda y asfixias mis sueños,
finges el fruto y privas de semilla a la memoria;
eres cáscara terca y recuerdo robado. 
Pintada de paraíso ríe tu materia, brillante,
plumífero pomposo, maquillado pavoirreal.
Arrojas monedas a los ojos secos,
a las cuencas frías del paisaje efímero,
a las lagunas sedientas de luz, mustias,
que ya olvidaron el don de las lágrimas.
Somos tu pan que viniste leudando
mientras moríamos de hambre en la noche,
también de hambres en el día adormecido,
hasta el crepúsculo y otra vez la noche
iluminada de radiaciones obscenas y falsas
que nos hicieron olvidar las estrellas.
Te solazas trajinando en las mentes,
levantando muros, matando la mañana.
Generalísimo de los autómatas yermos,
prometedor ególatra, Prometeo apócrifo,
artista de las turgentes expectativas
¡Terror de los encuentros!
¡Señor del hombre solo!
Enemigo del agua y del sol, de la idea fecunda.
Deja de atormentarnos con carcajadas,
con voces cínicas del poder por el poder,
del querer por el querer, del yo sin el nosotros.
Acumulo tus vergüenzas en mis bolsillos.
Robas el verde vida, usurpas las amadas razas
y a los árboles de savia sabedora los degüellas.
Sometes al río, músico de cristal, del consuelo,
con fanfarrias de maquinaria negra,
y desvías hasta el curso rojo, que es nuestro,
para regar el botín dorado, que es tuyo.
La tierra encementas cuan cripta sellada.
Contigo el mundo es un pequeño mapa,
donde nos sofocamos todos a la hora del baile.
Sueño con ver el momento de la hazaña,
aunque sea por el reojo vástago del futuro,
cuando vuelvas al abismo donde te parimos,
el maldito día en que perdimos la fe en nosotros
el maldito día en que te hicimos Poderoso Señor.


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