Al final del día

Cae el horizonte allá lejos de su límite
donde dicen que hay volcanes dormidos
bajo las aguas de un mar soberbio y desbocado.
Es la jornada tirando de su historia
que se aleja a fondear sus memorias
en los canales crispados de soles
señales de un sueño de auroras
y un dormir crepuscular, único e impredecible.

Se viene el rumor oscuro de la hojarasca,
la parábola de las farolas 
que pintan sonrisas en el camino de regreso
cuando el alma se rastrea a sí misma.
Las distancias son parámetros morados, 
las referencias son el color de las brasas,
las formas son los disfraces de las almas
provocadoramente afables y domésticas.

Llegó la hora de los cuentos y los grillos,
de brujos torpes y de cosechar caricias,
cambiar semblantes y sembrarse de nuevo.
Es tiempo de recordar como fuimos, 
y unirse al canto amoroso de las ranas,
descifrarle los tonos ocultos a la lechuza 
y buscar consuelo en las fieles estrellas
donde guardamos el último ardor que nos queda.

Vamos ahora a atizar la ternura
del último leño viejo y jadeante de la noche
que habrá de morir con nosotros al final del día
para convertirnos de nuevo,  una y otra vez.



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