La ventana
Me asomo, como siempre, a la ventana de todos los días.
Al parapeto rutinario consagrado al rito de los ritos,
donde busco religiosamente una perspectiva pura
donde arrullar mi ilusión, mi más cándida y verde muerte.
Miro justo donde el paisaje me mira
y me relata en silencio sucesos increíbles.
Hoy propone un disparo vertical, un movimiento invisible,
una burla en el horizonte que busca el calor del último sol.
Logro ver el destello antiguo de un brote
que salió una vez de una idea dormida,
desde una base subterránea en los tiempos de la raiz oscura.
Respiro su sustrato y humedad como si fuera también mi alimento.
Ahí está esperando la hierba muerta,
el humus transformado de todos los ancestros vegetales
que empujan el deseo hacia arriba inevitablemente.
Ahí está la promesa orgánica que venció las pruebas más duras:
la envidia del viento, la crueldad del incendio, la dictadura del hacha,
y por supuesto, la angustiosa finitud de mi especie.
Ahí descubro un hogar de pájaros libres,
las copas rebasadas de penurias y migraciones fallidas.
Comprendo el devenir de los insectos proletarios,
esos reyes humildes de la hojarasca podrida
que esconden ahí sus dolores y demandas ancestrales.
Hago míos todos esos mundos que mueren para volver a nacer.
Veo la corteza y su rebeldía, los capullos visionarios,
la obra amorosa de las ramas y sus impúdicos besos.
Ahí están todos los rostros perennes, porfiados y multidiversos
que rehusan desnervarse de sus ropas,
cuando el sol, ya deslucido, se acuesta sobre un rincón distante,
jactándose, nuevamente, de que para él no existen las profecías.
Todo nace y muere en mi ventana como en un relato.
Sin embargo, existe un mundo absurdo e impertinente
que nos llama y nos mira desde otra ventana.
Nos dispara imágenes recordatorias y golpea nuestra espalda
como un animal doméstico y caprichoso,
o un soberano implacable, amante de las puertas y habitaciones.
Entonces un pestañeo robado al tiempo sobreviene volando
en una imagen que se infiltra en el paisaje.
Es una emoción hecha pájaro, rauda, aullentada por un pensamiento,
quizás un cambio de luz o un tenue acomodo de ánimo
o un artilugio espía unido a este umbral donde miramos y nos miran.
Asoma un dolor de bisagras, luego, un rostro en el vidrio.
Me veo a mí mismo y a mis ojos como espejos,
hay todo el paisaje en ellos y a la vez un engaño.
Se revela el laberinto y sus ornamentos,
la vanidad que hace olvidar caminos y desmiente las salidas.
Regreso a mi lugar en el escenario, respiro, camino y actúo.
Somos el bosque explotado, una maraña de vida que ama,
la resistencia del tronco añoso y la furia creativa del renoval.
¡Que se extiendan las ventanas! ¡Que estallen todos los vértices!
Lancemos las miradas más allá de nuestro umbral.
Humanidad es visión y parapeto, revolución infinita,
es el paisaje que se vive desde todas las ventanas.
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