El hombre muerto



Él no sabe de su máscara
Sin embargo su rostro hace muecas y ademanes
Como buscando su otro yo en un espejo
O al hijo perdido de sí mismo
Que dejó atrás un día de traiciones
En una tarde de drama,
En un tropiezo y caída, pero sin retorno
Un pacto con la gravedad de las cosas muertas
Donde plagia su reinvento inerte.

Él buscó refugio por instinto
Y congeló su sangre al primer invierno
No fue jamás cazador furtivo
Ni siquiera inquisidor de su propio sino
Pero se acomodó y se echó en la hierba
Esperando una presa fácil y amistosa
Que lo llevara a su trono soñado
Creyendo en falsos milagros y salvavidas de piedra. 

Nunca se arrojó de lo alto a la vida
Más sí a la delación suicida de la no muerte
Al limbo vertical del precipicio 
Al vacío apretado y frío de los cobardes
Al zumbido seco de la envidia
Y no supo, no entendió, no quiso, no pudo
Justo cuando la vida lo enfrentó a lo suyo
En la hora de los careos necesarios.

Ciego y sordo hombre de la máscara…
Se quedó sin rostro, sin el compañero alado
Sin la utopía navegante, sin puerto, zarpes, arribos
Se hizo vacuidad, deriva, miedo a la nada, asco al todo
Cáscara de algo, transmisión virtual, involuntad militante
Fue gesto hecho dibujo, un garabato en el polvo
Y quedó inmóvil en la vida
Sentenciado a ser señal para los que aún duermen.


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