Faisanes y guanacos (un dibujo de infancia)
(a Alejandra Costamagna)
La memoria no se sirve de
cajones y bodegas.
Los ataúdes se hacen para los
cuerpos muertos.
La vida vuela - o cae, o viaja, o se escribe -
y no termina jamás sobre tierra estéril.
Así, el recuerdo más querido es
pregunta tibia
que se acuna en la imagen
viva que vigila,
una ternura de tiempo antiguo, de
allá la infancia.
Es una odisea nómada,
multicolor y palpitante.
Es brote nuevo que respira
flores, soles, criaturas.
Son el ojo y mano que dibujan
al mundo verdadero.
Es la niña artista, la
guardadora de memoria,
la amiga de los animales
liberados, guardados
en el alma que se empeña en
lo que somos
y
en la idea salvaje de nunca olvidarnos.
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