La debilidad del poeta

La Palabra Poética es el lenguaje de los pueblos que sueñan, la voz del Hombre Infinito. 


Una duda abierta.
Una herida que vendrá.
Una visión rápida y certera.
Un vaticinio de meta inasible.
No existe, sin embargo nos convoca.
A veces es llovizna tímida,
a veces desenfado festivo.
Padece de naturaleza esquiva
y tiende a irse, involuntaria y callada,
incitando a la porfía.

Procuramos entonces el abrazo...
descifrar sus gestos, sus claves;
pero se nos va de las manos
dejando huellas en el aire inmaterial,
los vestigios del infinito en un gemido.
Es la vertiente asustada del océano
que huye erecta por la quebrada
hasta el fondo primitivo de la vida,
donde se forjan las promesas
que solo con la muerte se cumplen.

¿Cómo soportar tanta belleza
y no tragar –a mares– tempestades,
remolinos preñados de euforias,
pujantes de vida nueva?
¿Cómo no acabar casi muerto
en la playa pedregosa
de la más inevitable zozobra?
No podemos.
Debe ser por eso que un día
aprendimos a reír y llorar
y a caer rendidos a la quietud del sueño
y a mirar las nubes que pasan.




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